jueves, 17 de diciembre de 2009

La llamada de la estepa



Saki sintió a lo largo de toda la vida una fascinación absoluta por Rusia. Su primer libro, firmado Hector H. Munro, fue una historia del Imperio ruso (The Rise of the Russian Empire, 1900) y su segundo libro de cuentos, firmado ya con el pseudónimo Saki, se tituló Reginald en Rusia (1910). Entre 1904 y 1906 vivió en San Petersburgo, haciendo de corresponsal extranjero para el diario conservador The Morning Post. Según refiere su amigo Rothay Reynolds, a quien conoció en la capital rusa, albergó el proyecto de retirarse a vivir a Siberia:
Cuando volvió a Londres de permiso, resultó evidente que lo estaba afectando la tensión de la vida militar. Había adelgazado y tenía la cara demacrada. Con todo, el cambio espiritual ocasionado por la guerra era mayor que el físico. Me dijo que nunca podría volver a la antigua vida londinense. Y me escribió pidiéndome que averiguara por medio de cierta persona en Rusia si sería posible comprar en Siberia algunas tierras en las que labrar y cazar, y si podrían conseguirse como sirvientes un par de jóvenes yakutos. Era el amor, que había sentido de niño, por los bosques y las cosas salvajes contenidas en ellos, que estaba de regreso. La escoria se había consumido en las llamas de la guerra.
Saki no sobrevivió a la guerra y no tuvo ocasión de pertenecer a la ilustre tradición de expatriados británica. Sin embargo, es indudable que sintió la «llamada de lo salvaje», el anhelo de un contacto más estrecho con la naturaleza y con ambientes no constreñidos por las sofocantes convenciones de la civilización. En sus relatos, los animales representan muchas veces el aspecto indomeñable de la vida, aquello que no puede ser contenido y que siempre acecha bajo el tenue barniz de la civilidad.

Incluso a lo largo de las páginas de The Rise of the Russian Empire, no es difícil cruzarse con el rastro de los lobos. No sólo le sirven a Munro como recurso estilístico para cargar de intensidad su narración:
Exceptuando las bandas de cosacos que se escondían en los bosques, el campo estaba vacío de moradores humanos; de la población autóctona sólo quedaban cadáveres insepultos, y por la noche resonaba en todas partes el aullido de los lobos y otros animales congregados
sino que los convierte en una presencia dominante del paisaje, hasta el punto de marcar el carácter ruso:
Fundiéndose con el misticismo oriental existía, sin duda, en sus ideas religiosas [de las tribus eslavas] una considerable dosis de magia septentrional. En las oscuras y solitarias viviendas de los bosques, era probable que hubiera un terror más que natural a ese amenazante merodeador que tan sobrecogedora huella ha estampado en la imaginación de los pueblos primitivos de muchos lugares. La desgarbada forma, el quejumbroso aullido y los entornados ojos que reflejaban un hambre despiadada en los bosques invernales otorgaron al lobo la fama de estar en posesión de poderes extraños, y las viejas canciones populares eslavas traslucen claramente una creencia en las leyendas sobre licántropos.

Fuentes:
MUNRO, Hector H., The Rise of the Russian Empire, Londres, Grant Richards, 1900, pp. 5 y 319.
REYNOLDS, Rothay, «A Memoir of H. H. Munro», en SAKI The Toys of Peace, Londres, John Lane, 1919, p. xxiii.