lunes, 28 de junio de 2010

La Bella Indiana

En el cuento «Los juguetes de la paz» (1919), los sobrinos de Harvey Bope reconvierten en bélico un juguete «pacífico». Uno de los personajes históricos que aparece mencionado es madame de Maintenon, quien intenta evitar inútilmente una expedición de Luis XIV contra Inglaterra.

Françoise d'Aubigné (1635-1719), marquesa de Maintenon, tuvo una vida improbable: nació en la cárcel donde su padre cumplía condena por falsificación de moneda y llegó a ser la segunda esposa de Luis XIV, el Rey Sol.




Pasó los doce primeros años de vida en la Martinica, hasta donde su padre viajó (vanamente) en busca de fortuna tras salir de la cárcel, y esa estancia le valió luego el sobrenombre de la Bella Indiana. A su vuelta a Francia, huérfana, quedó a cargo de su tía paterna y madrina, madame de Neuillant, y a través de ella conoció al escritor Paul Scarron (1610-1660), protegido de ésta.




Scarron, paralítico y con el cuerpo deformado por la enfermedad, le propuso hacerse cargo de su dote para que pudiera entrar en un convento o casarse con ella. Temerosa de quedar sin recursos a la muerte de su madrina, Françoise d'Abigné aceptó («Prefiero casarme con él que el convento», habría dicho). La Beaumelle describió la siguiente escena en sus Mémoires pour servir à l'histoire de Madame de Maintenon:

Cuando se redactó el contrato, Scaron dijo que reconocía a la acordante cuatro luises de renta, dos grandes ojos bastante traviesos, un torso muy hermoso, un par de manos bonitas y mucho ingenio. El notario le preguntó qué las arras le aseguraba: «La inmortalidad —respondió Scaron—. El nombre de las esposas de los reyes muere con ellas; el de la esposa de Scaron vivirá eternamente».

Da la impresión de que Françoise d'Aubigné se aseguró la inmortalidad por partida doble. En 1652,  con dieciséis años y medio, se casó con Scarron, veinticinco años mayor que ella y a quien cuidó ocho años hasta su muerte. Durante ese tiempo, animó el salón de su marido y cultivó en él una serie de relaciones que le resultarían muy provechosas. Unos años después de la muerte del escritor, recibió la propuesta de encargarse de la educación de los hijos ilegítimos de Luis XIV y, cuando éstos fueron reconocidos (1674), los siguió a la Corte. Allí, tras la caída en desgracia de madame de Montespan, conquistó el corazón del rey, pero se resistió a los avances del monarca hasta la muerte de su legítima esposa, María Teresa de Austria (1638-1683).

En 1683 se casó en secreto con el rey en una ceremonia oficiada por el confesor real, el padre La Chaise, quien daría nombre al célebre cementerio parisino del que Victor Hugo (cuyos restos están en el Panteón) dijo con ironía antiburguesa en Los miserables que estar enterrado ahí era «como tener muebles de caoba».

Fundó, junto a Versalles, la escuela de Saint-Cyr con las rentas de la abadía de Saint-Denis, cuyo abad, el cardenal de Retz, había sido uno de los jefes de la Fronda. Dicha institución, que no dependía de la autoridad de Roma, se dedicó a proporcionar a las hijas de la nobleza sin recursos una formación con la que éstas pudieran eludir, si lo deseaban, el destino conventual.




La ya marquesa de Maintenon supervisó personalmente el plan de estudios, para lo cual tuvo la ayuda de François Fénélon (1651-1715); y el propio Jean Racine (1639-1699) compuso varias obras  (Ester y Atalía) para las alumnas de la Maison Royale de Saint-Louis. Las internas abandonaban la escuela a los veinte años con una dote de 3.000 libras. Entre las alumnas se contó, un siglo más tarde, Elisa Bonaparte (1777-1820), futura duquesa de Lucca y gran duquesa de Toscana.

Tal era el aprecio que sentía la marquesa de Maintenon por su establecimiento que a él se retiró la reina secreta tras la muerte de Luis XIV, al mismo lugar que Napoleón Bonaparte reconvertiría en 1808 en academia militar.




En el cuento de Saki, como ocurrió con el Saint-Cyr real, todos los esfuerzos pedagógicos desembocan inevitablemente en juegos de guerra.



Fuentes:
BEAUMELLE, Laurent Angliviel de la, Mémoires pour servir à l'histoire de Madame de Maintenon, et à celle du siècle passé, Amsterdam, Pierre Erialed, 1757.
HUGO, Victor, Les misérables. II: Cosette, Bruselas, Lacroix, Verboeckhoven & Ce, 1862.
SAINT-RENÉ TAILLANDIER, Madeleine, Madame de Maintenon, París, Hachette, 1920.

lunes, 21 de junio de 2010

El nombre de la rosa

En el cuento «Los juguetes de la paz» (1919), Harvey Bope regala a sus sobrinos Eric y Bertie un juego con el que intenta inculcarles unos valores que los alejen de la educación habitual y hagan «especial hincapié en la vida civil y sus aspectos más pacíficos». Los niños demuestran poseer ciertos conocimientos de historia, y la mención a los reyes franceses del siglo XVIII dispara la pregunta del mayor de ellos:

—¿Sabes algo de madame Du Barry? —preguntó Eric—; ¿no le cortaron la cabeza?
—Era otra gran aficionada a la jardinería —dijo Harvey en un intento de eludir la pregunta—. De hecho, creo que la famosa rosa Du Barry toma su nombre de ella. Creo que ahora lo mejor es que olvidéis vuestros estudios un rato y juguéis un poco.

Jeanne Bécu (1743-1793), conocida como madame Du Barry o El Ángel, hizo una fulgurante carrera desde unos orígenes humildes como dependienta parisina hasta llegar a favorita de Luis XV (1710-1774), a quien fue presentada en 1769 a través del duque de Richelieu (sobrino nieto del célebre cardenal), quien deseaba frustrar los planes de su enemigo el duque de Choiseul, cuya intención era colocar junto al monarca a una cortesana (en concreto, a su hermana) que favoreciera sus intereses tras la muerte de madame de Pompadour (1721-1764).




La peculiar personalidad de Jeanne du Barry combinaba un carácter poco dado a las intrigas políticas, la pasión por el lujo, una afición al mecenazgo de artistas y poetas, una extraordinaria belleza y unas habilidades amatorias que cautivaron al monarca francés. Según recogió Le Gazetier cuirassé, ou Anecdotes scandaleuses de la Cour de France, uno de los panfletos libertinos que fueron masivamente leídos en la Francia del último cuarto del siglo XVIII:

El apego del R... por madame du Bar... procede de los prodigiosos esfuerzos que le obliga a realizar por medio de un bautismo de ámbar con el que se perfuma interiormente todos los días. Dicen que a eso añade un secreto que no suele utilizarse todavía en buena compañía.

Una nota al pie explicita algo más el carácter de ese «secreto»:

Las moscas cantáridas, el diavolino [gragea de chocolate], la esencia de clavo, los bautismos de ámbar, etcétera, son inventos de nuestro siglo cuya debilidad habría sido incurable sin tales ayudas...

Una marquesa contemporánea (amiga de Choiseul) la describió en una carta a Horace Walpole (1717-1797) en términos más sutiles, pero no menos cargados de sentido, dado que los topónimos mencionados están directamente relacionados con la diosa Afrodita: «es una ninfa sacada de los más famosos monasterios de Citerea y Pafos».

Tras la muerte del rey fue recluida en un monasterio, aunque más tarde Luis XVI le permitió volver a su residencia de Louveciennes, al oeste de París. Denunciada como contrarrevolucionaria, fue guillotinada durante el Terror en la plaza de la Revolución (la actual plaza de la Concordia). Se dijo que sus últimas palabras, pronunciadas entre sollozos, fueron: «De grâce, monsieur le bourreau, encore un petit moment» («Por favor, señor verdugo, otro momentito»). Dostoievski retomó en El idiota el episodio de su muertecomo símbolo de la angustia existencial.

De su belleza, nos queda el recordatorio de los cuadros de Louise-Élisabeth Vigée Le Brun (1755-1842) como el insertado más arriba o los pintados por Jean-Honoré Fragonard (1732-1806) que antaño adornaron las estancias del château de Louveciennes y que hoy se exhiben en la Colección Frick de Nueva York. También nos queda, ahora, la rosa que lleva su nombre.

Ahora, porque la época de Hector Munro dicha rosa no existía. La dubitativa alusión por parte de Harvey Bope a ella es, en el cuento, un intento desesperado para desviar la atención de sus sobrinos hacia los temas «pacíficos». El rosa Du Barry, también llamado rosa Pompadour, es un rosa asalmonado con un ligero tono amarillo utilizado en la porcelana de Sèvres y que se coincide con el color de la Azalea mollis.



Fuentes:
CRAVERI, Benedetta, Amantes y reinas, trad. María Cóndor, Madrid, Siruela, 2006.
DEFFAND, marquesa du, Correspondance complète de la marquise Du Deffand avec ses amis, París, Henri Plon, 1865.
LITCHFIELD, Frederick, Pottery and Porcelain: A Guide to Collectors, Londres, Truslove & Hanson, 1905, ed, rev. y amp.
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.
THÉVENEAU DE MORANDE, Charles-Claude, Le Gazetier cuirassé, ou Anecdotes scandaleuses de la Cour de France, 1772.

lunes, 14 de junio de 2010

Paisajismo civilizado

En el cuento «Los juguetes de la paz» (publicado de forma póstuma en 1919), Harvey Bope regala a sus sobrinos un juego didáctico. La primera reacción de los niños, al desempaquetarlo y descubrir que deben jugar con personajes «pacíficos», es recordar que tienen que hacer los deberes de las vacaciones.

      —Tenemos que aprender algo sobre Luis XIV —continuó Eric—; yo ya me sé los nombres de sus principales batallas.

Sin desanimarse, Harvey Bope intenta reconducir la situación:

     —Sí, es cierto que durante su reinado tuvieron lugar algunas batallas —dijo Harvey—, pero imagino que las crónicas exageraron mucho; en aquellos tiempos las noticias no eran tan fiables como hoy, y casi no había corresponsales de guerra, así que los generales y los demás jefes podían exagerar cualquier escaramuza hasta darles proporciones de una batalla decisiva. En cambio, Luis XIV es verdaderamente famoso como diseñador de jardines; el modo en que diseñó Versalles fue tan admirado que lo copiaron por toda Europa.

Luis XIV (1638-1715) fue, en efecto, un gran aficionado a la jardinería. Ian Thompson, en su obra Los jardines del Rey Sol, lo describe del siguiente modo:

Belicista, mujeriego y autócrata, Luis XIV, el autodenominado Rey Sol de Francia, fue también el más fanático admirador de la jardinería de la Historia. En Versalles, a 20 kilómetros de París, creó no sólo el más lujoso palacio de toda Europa, sino el más grande de los jardines que haya conocido Occidente.

Desde el inicio efectivo de su reinado a principios de la década de 1660 (tras la muerte del cardenal Mazarino) y hasta su propia muerte, Luis XIV no dejó de interesarse por Versailles y sus jardines. En el Pequeño Parque estaba el jardín del palacio, con sus paseos, avenidas, balaustradas, arriates, setos, estanques, fuentes, surtidores y estatuas; y, tras él, se extendía el Gran Parque, el parque de caza real, que llegó a alcanzar a principios del siglo XVIII una superficie de 15.000 hectáreas.




El jardín contó con 2.400 fuentes, y los trabajos exigieron el trabajo continuado de miles de jardineros. Además, fue preciso recurrir al ejército para allanar el terreno, construir conducciones de agua, transportar árboles y realizar rodo tipo de tareas. La permanente escasez de agua hizo concebir el proyecto (fracasado) de un acueducto que transportara el agua del río Eure, a cien kilómetros de distancia. Se calcula que, en el momento de mayor apogeo de las obras, éstas emplearon a 30.000 soldados. Las muertes, por fatiga y por las fiebres (malaria) debidas a lo pantanoso del terreno, también fueron numerosas. El duque de Saint-Simon escribió en sus memorias que semejante proyecto supuso la «ruina de la infantería».

Sin embargo, el rey estaba tan orgulloso de su jardín que escribió un itinerario de visita, Manière de montrer les jardins de Versailles (1689), que retocó en diversas ocasiones en los siguientes quince años. Versalles fue, en realidad, para el monarca el modo de mantener bajo control a una nobleza en otro tiempo levantisca, neutralizándola con fastuosos entretenimentos cortesanos que incluían representaciones teatrales, fiestas, conciertos, bailes y espectáculos pirotécnicos: un permanente mundo de celebraciones del que formaron parte sustancial Molière y Lully.

La mente pensante que diseñó el escenario de todos esos fastos fue la de André Le Nôtre (1613-1700). Nacido en el seno de una familia de jardineros, fue empleado por Nicolas Fouquet (1615-1683), el corrupto superintendente de Finanzas de Luis XIV, para que se ocupara del jardín de su residencia en Vaux; tras la caída en desgracia y el encarcelamiento del ministro, Luis XIV lo tomó a su servicio y le encargó la remodelación de Versalles, en parte con las posesiones de Fouquet (árboles incluidos). Le Nôtre se encargaría del jardín versallesco casi hasta su muerte y, a pesar de sus orígenes humildes, demostró una portentosa habilidad para sobrevivir en un ambiente palaciego cargado de intrigas.




Quizá el secreto de su supervivencia se encuentre en la siguiente anécdota. Cuando en 1675, Luis XIV se dispuso a ennoblecerlo, le preguntó qué escudo de armas pensaba elegir. Le Nôtre contestó que tres caracoles y una col.




En el cuento de Saki, una vez desaparecido el tío, los niños pueden jugar a su antojo y convierten entonces a Robert Raikes en Luis XIV. Para añadir verosimilitud a la figura, le pintan los tacones de rojo, tal como aparece el calzado del Rey Sol en el cuadro le hizo en 1701 el pintor catalán Jacint Rigau (o Hyacinthe Rigaud) y en el que se conjugan la pomposidad de la pose y la humanidad de la expresión.





Fuentes:
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha decay, 2005.
SAINT-SIMON, duque de, Mémoires complets et authentiques du duc de Saint-Simon sur le siècle de Louis XIV et la Régence, vol. 13, París, Sautelet et Cie., París, 1829.
THOMPSON, Ian, Los jardines del Rey Sol, trad. Joan Trejo, Barcelona, Belacqva, 2006.

lunes, 7 de junio de 2010

Activismo cristiano

En el cuento «Los juguetes de la paz» (publicado póstumamente en 1919), Saki presenta irónicamente la Asociación Cristiana Femenina como una organización que encarna el comportamiento civilizado. En el relato, Harvey Bope regala a sus sobrinos Eric y Bertie un juego con el que pretende inculcarles los valores de la paz.

     De la caja salió otro edificio cuadrado, esta vez con ventanas y chimeneas.
     —Ésta es una maqueta de la Asociación de Jóvenes Cristianas de Manchester —dijo Harvey.
     —¿Hay leones? —preguntó Eric esperanzado.
     Había estudiado la historia de Roma, y creía que donde hubiera cristianos era razonable pensar que había leones.

La Asociación Cristiana Femenina (Young Women's Christian Association, YWCA) nació en 1877 de la fusión de dos movimientos de mujeres aparecidos en 1855. El primero fue la Prayer Union de Emma Robarts (c. 1818-1877), una agrupación dedicada a la oración, el estudio de la Biblia y diversas actividades sociales y filantrópicas a imitación de la Young Men's Christian Association (YMCA), fundada en 1844 por George Williams (1821-1905) y cuyo principal objetivo era alejar a los jóvenes trabajadores londineses de la senda del pecado.




El segundo fue el movimiento impulsado por Mary Jane Kinnaird, lady Kinnaird (1816-1888), quien, entre otras cosas, creó en Londres un albergue para que las enfermeras de Florence Nightingale (1820-1910), de paso por la capital británica rumbo a la guerra de Crimea (1854-1856), tuvieran un alojamiento barato y que se adecuara a los parámetros de decencia de la época. Después de la guerra, se abrieron, en Londres y diversas ciudades, otros establecimientos para ofrecer una «cálida atmósfera cristiana» a las jóvenes que acudían a trabajar a los grandes núcleos urbanos.




La unión entre ambas asociaciones se produjo unos meses antes de la muerte de Robarts. La iniciativa cobró fuerza rápidamente; además de hogares y albergues, se crearon también comedores y centros de reunión. Bajo el impulso de Kinnaird se extendió por el extranjero, tanto por Europa como por los Estados Unidos y la India. El primer congreso mundial, celebrado en 1898, reunió a 326 representantes de 17 países.

Desde sus inicios, la YWCA combinó el fervor religioso y la acción social, entendida siempre dentro de los límites de la moralidad y las buenas costumbres. Lady Kinnaird, por ejemplo, fue una firme detractora del sufragio femenino. Durante la primera guerra mundial, la asociación participó en el esfuerzo bélico. En los años veinte, entre otras actividades, llevó a cabo campañas contra las tendencias modernas; como la emprendida contra las modas femeninas juzgadas demasiado atrevidas. Hoy es una ONG y su sede está en Ginebra.



Fuente:
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.