lunes, 14 de junio de 2010

Paisajismo civilizado

En el cuento «Los juguetes de la paz» (publicado de forma póstuma en 1919), Harvey Bope regala a sus sobrinos un juego didáctico. La primera reacción de los niños, al desempaquetarlo y descubrir que deben jugar con personajes «pacíficos», es recordar que tienen que hacer los deberes de las vacaciones.

      —Tenemos que aprender algo sobre Luis XIV —continuó Eric—; yo ya me sé los nombres de sus principales batallas.

Sin desanimarse, Harvey Bope intenta reconducir la situación:

     —Sí, es cierto que durante su reinado tuvieron lugar algunas batallas —dijo Harvey—, pero imagino que las crónicas exageraron mucho; en aquellos tiempos las noticias no eran tan fiables como hoy, y casi no había corresponsales de guerra, así que los generales y los demás jefes podían exagerar cualquier escaramuza hasta darles proporciones de una batalla decisiva. En cambio, Luis XIV es verdaderamente famoso como diseñador de jardines; el modo en que diseñó Versalles fue tan admirado que lo copiaron por toda Europa.

Luis XIV (1638-1715) fue, en efecto, un gran aficionado a la jardinería. Ian Thompson, en su obra Los jardines del Rey Sol, lo describe del siguiente modo:

Belicista, mujeriego y autócrata, Luis XIV, el autodenominado Rey Sol de Francia, fue también el más fanático admirador de la jardinería de la Historia. En Versalles, a 20 kilómetros de París, creó no sólo el más lujoso palacio de toda Europa, sino el más grande de los jardines que haya conocido Occidente.

Desde el inicio efectivo de su reinado a principios de la década de 1660 (tras la muerte del cardenal Mazarino) y hasta su propia muerte, Luis XIV no dejó de interesarse por Versailles y sus jardines. En el Pequeño Parque estaba el jardín del palacio, con sus paseos, avenidas, balaustradas, arriates, setos, estanques, fuentes, surtidores y estatuas; y, tras él, se extendía el Gran Parque, el parque de caza real, que llegó a alcanzar a principios del siglo XVIII una superficie de 15.000 hectáreas.




El jardín contó con 2.400 fuentes, y los trabajos exigieron el trabajo continuado de miles de jardineros. Además, fue preciso recurrir al ejército para allanar el terreno, construir conducciones de agua, transportar árboles y realizar rodo tipo de tareas. La permanente escasez de agua hizo concebir el proyecto (fracasado) de un acueducto que transportara el agua del río Eure, a cien kilómetros de distancia. Se calcula que, en el momento de mayor apogeo de las obras, éstas emplearon a 30.000 soldados. Las muertes, por fatiga y por las fiebres (malaria) debidas a lo pantanoso del terreno, también fueron numerosas. El duque de Saint-Simon escribió en sus memorias que semejante proyecto supuso la «ruina de la infantería».

Sin embargo, el rey estaba tan orgulloso de su jardín que escribió un itinerario de visita, Manière de montrer les jardins de Versailles (1689), que retocó en diversas ocasiones en los siguientes quince años. Versalles fue, en realidad, para el monarca el modo de mantener bajo control a una nobleza en otro tiempo levantisca, neutralizándola con fastuosos entretenimentos cortesanos que incluían representaciones teatrales, fiestas, conciertos, bailes y espectáculos pirotécnicos: un permanente mundo de celebraciones del que formaron parte sustancial Molière y Lully.

La mente pensante que diseñó el escenario de todos esos fastos fue la de André Le Nôtre (1613-1700). Nacido en el seno de una familia de jardineros, fue empleado por Nicolas Fouquet (1615-1683), el corrupto superintendente de Finanzas de Luis XIV, para que se ocupara del jardín de su residencia en Vaux; tras la caída en desgracia y el encarcelamiento del ministro, Luis XIV lo tomó a su servicio y le encargó la remodelación de Versalles, en parte con las posesiones de Fouquet (árboles incluidos). Le Nôtre se encargaría del jardín versallesco casi hasta su muerte y, a pesar de sus orígenes humildes, demostró una portentosa habilidad para sobrevivir en un ambiente palaciego cargado de intrigas.




Quizá el secreto de su supervivencia se encuentre en la siguiente anécdota. Cuando en 1675, Luis XIV se dispuso a ennoblecerlo, le preguntó qué escudo de armas pensaba elegir. Le Nôtre contestó que tres caracoles y una col.




En el cuento de Saki, una vez desaparecido el tío, los niños pueden jugar a su antojo y convierten entonces a Robert Raikes en Luis XIV. Para añadir verosimilitud a la figura, le pintan los tacones de rojo, tal como aparece el calzado del Rey Sol en el cuadro le hizo en 1701 el pintor catalán Jacint Rigau (o Hyacinthe Rigaud) y en el que se conjugan la pomposidad de la pose y la humanidad de la expresión.





Fuentes:
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha decay, 2005.
SAINT-SIMON, duque de, Mémoires complets et authentiques du duc de Saint-Simon sur le siècle de Louis XIV et la Régence, vol. 13, París, Sautelet et Cie., París, 1829.
THOMPSON, Ian, Los jardines del Rey Sol, trad. Joan Trejo, Barcelona, Belacqva, 2006.