Debería conseguir que un obispo dijera que es inmoral y hermosa: ningún otro dramaturgo ha pensado en eso antes; y todos acabarán condenando al obispo y se quedarán hasta el final de puro nerviosismo. Después de todo, hace falta una buena dosis de valor moral para marcharse haciendo aspavientos en medio del segundo acto, cuando el coche está encargado para las doce. Y empezará con lobos que persiguen algo en una estepa solitaria; no se verán, claro, pero se oirán aullidos y crujidos, y debería apañármelas para conseguir una fragancia lobuna que emane de las candilejas. Quedaría estupendo en los programas: «Lobos del primer acto, suministrados por Jamrach».
De origen alemán, Charles Jamrach (1815-1891) dirigió en Londres desde 1840 hasta su muerte un establecimiento dedicado al comercio de animales que acabó por convertirse en el principal proveedor de animales exóticos para zoológicos, circos, naturalistas y coleccionistas en general. También se dedicó a la venta de curiosidades etnográficas. Tras su muerte el negocio fue continuado por su hijo Albert.
Jamrach padre se hizo famoso en 1857 cuando un tigre de Bengala se escapó de su establecimiento y atacó a un niño. El propio Charles Jamrach relató más tarde lo ocurrido en la revista juvenil The Boy's Own Paper. El episodio es recordado hoy por una escultura en el lugar donde antaño estuvo el Jamrach's Emporium, en el Tobacco Dock londinense. Una placa explicativa relata lo siguiente:
En los primeros años del siglo XIX un tigre de Bengala adulto que acababa de llegar al Jamrach's Emporium rompió la jaula de madera que lo transportaba y echó a andar tranquilamente por la calle. Todo el mundo salió huyendo salvo un niño de ocho años que, no habiendo visto nunca un gato tan grande, se acercó con la intención de acariciarle la nariz. Con un manotazo de su gran garra blanda, el tigre dejó al niño sin sentido y, levantándolo por la chaqueta, se alejó por un callejón lateral. Jamrach, al descubrir la jaula vacía, salió corriendo tras el animal, lo agarró con las manos por el cuello y lo obligó a soltar su presa. El niño salió indemne; y el tigre, dominado, fue devuelto a su jaula. En memoria de Jamrach, el dinero recaudado en la fuente se donará al World Wildlife Fund.
El establecimiento de Jamrach fue sin duda un lugar visitado por Hector Munro en Londres. Encontramos otra mención a él en una carta escrita a su hermana Ethel desde el Hôtel de France de Mandalay (Birmania) el 3 de octubre de 1893, diez años antes de la publicación de «El drama de Reginald». En ella le cuenta las travesuras de un cachorro de tigre que llevaba consigo como mascota. Al parecer, el simpático animal no dejaba de gruñir y arañar la puerta que daba a la habitación contigua, en la que se alojaba una señora mayor.
Una noche la situación se volvió incontrolable:
Cuanto más intentaba consolarlo, más se desconsolaba. La situación era espantosa: en mi habitación, un ruido de leonera a las cuatro de la madrugada; mientras que del otro lado de la puerta se alzaba la hermosa Letanía de la Iglesia de Inglaterra. A continuación, oí un rápido pasar de páginas; era evidente que buscaba el Libro de Daniel para reunir fuerzas con la lectura de la historia del foso de los leones, aunque el caso es no pudo dar con Daniel, así que echó mano de los Salmos de David. En cuanto a mí, salí huyendo y le dije a mi boy que bajara la jaula al establo. Al volver, oí desde la habitación de al lado unas palabras que nunca salieron de los Salmos: unas palabras que no debería utilizar nunca una señora mayor, aunque es cierto que resulta molesto que te despierten del primer sueño una interpretación del Himno nocturno de Jamrach. La señora dejó el hotel. El animal se ha portado bastante bien desde entonces, salvo que se ha comido un pañuelo...
En «El drama de Reginald», los lobos comprados en Jamrach sirven para crear un trasfondo inquietante, no plenamente explicado. Aunque utilizados con ligereza en el artificioso marco de un elegante teatro londinense, sus aullidos crean un clima de unheimlichkeit, ese desequilibrio producido por la yuxtaposición de lo familiar y lo inquietante. Son un recordatorio sobrecogedor y mesmerizante de lo que no cabe dentro de los rígidos límites de la civilización.
Los lobos vuelven aparecer en un escenario teatral, aunque esta vez de music-hall, en When William Came, la «novela de invasión» publicada por Munro en 1913, cuyo subtítulo es «Un relato de Londres bajo los Hohenzollern» y con la que Munro pretendía alertar a la sociedad británica del inminente peligro alemán. Protagonizada por Cicely Yeovil, un personaje muy diferente de los habituales dandys sakianos, en ella la perspectiva ya no es la de Saki-Reginald sino la de Munro-Yeovil:
... y una troupe de lobos amaestrados apareció ante el público. Yeovil se había encontrado con lobos en los desiertos del norte de África y en las llanuras y los bosques siberianos, los había visto caminar furtivamente en el crepúsculo como sombras por la nieve; y había oído su prolongado y quejumbroso aullido en la oscuridad en medio de los pinos; comprendía muy bien cómo habían surgido en torno a ellos creencias mágicas a lo largo de los tiempos entre los pueblos de los cuatro continentes, cómo su nombre se había asociado a un centenar de dichos extraños y había inspirado un centenar de tradiciones. Y en ese momento los veía dar vueltas al escenario en triciclos, con grotescas golas alrededor del cuello y gorros de payaso sobre la cabeza, parpadeando lastimosamente en el resplandor de las candilejas.
El espectáculo horrible de los indómitos lobos convertidos en mera atracción de feria es, para Munro, la metáfora máxima de la abyección.
Fuentes:
MUNRO, Ethel, «Biography of Saki», en Hector H. MUNRO, The Square Egg, Londres, John Lane, 1924.
MUNRO, Hector H. (Saki), When William Came, Londres, John Lane, 1913.
—— Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.
RITVO, Harriet, The Animal Estate: The English and Other Creatures in the Victorian Age, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1987.