lunes, 26 de abril de 2010

Traducción y Némesis

Uno de los últimos textos escritos por Hector Munro fue «Mientras dure la guerra», publicado de forma póstuma en Los juguetes de la paz (1919). Empieza de este modo:

El reverendo Wilfrid Gaspilton, en una de esas migraciones clericales que parecen ilógicas a ojos de los legos, había cambiado la parroquia comedidamente elegante de Saint Luke, en Kensingate, por la parroquia desmedidamente rural de Saint Chuddocks, en algún lugar de Yondershire. El traslado tenía ventajas importantes y evidentes, pero también algunos inconvenientes obvios. Ni el párroco emigrante ni su mujer pudieron adaptarse de forma natural y cómoda a las condiciones de la vida en el campo.

Curiosamente, ambos recurren a la traducción para sobrellevar el tedium agri, como queriendo combatir un traslado con otro. La esposa inicia una traducción de una novela francesa fugazmente famosa, L'Abreuvoir interdit de Baptiste Leroy. Y una mañana el reverendo Wilfrid, exasperado por el «elegante desorden habitual de diccionarios, plumas estilográficas y hojas de papel» del escritorio de su esposa, decide utilizar la traducción como instrumento de su Némesis particular contra el mundo y publica unos versos pertenecientes al poeta Gurab de Kermansha, supuestamente descubiertos y traducidos del persa por un sobrino suyo enrolado en las tropas británicas destinadas a Mesopotamia. El hallazgo literario es acogido con arrebato por un público sediento de exotismo y rescata al párroco, al menos por el momento, de su oscuridad rural.

En otras cosas, el cuento puede ser leído como una leve burla del fervor persófilo que embargó a la sociedad victoriana a partir de la traducción hecha por Edward FitzGerald (1809-1883) de los Rubaiyat de Omar Jayyam (1048-1131) y al que no fue ajeno el propio Saki.




FitzGerald publicó de forma anónima su primera versión en 1859 y luego hizo cuatro versiones más (en 1868, 1879, 1872 y 1889, esta última póstuma.)




Nacido en el seno de una acomodada familia de origen irlandés, estudió en Cambridge y fue amigo de William Thackeray, Alfred Tennyson y Thomas Carlyle. Aunque su padre perdió la fortuna a causa de unas inversiones desafortunadas, el dinero de la familia de su madre le permitió vivir toda la vida sin trabajar. Entre 1850 y 1853 tradujo seis obras de Calderón de la Barca, que fueron criticadas por su excesiva libertad. En 1852 entró en contacto con la poesía persa a través de su amigo Edward Cowel (1854-1937), primer profesor de sánscrito en Cambridge. En 1856, publicó Salámán and Absál del poeta persa Jami. Y ese mismo año conoció la obra de Jayyam. Acerca de sus versiones del persa escribió a Cowell en 1859:

Nadie se ocupa de tales cosas; y no cabe duda de que hay otras muchas mejores de las que ocuparse. No sé por qué mando a la imprenta nada de todas estas cosas, que nadie compra; y apenas alcanzo a ver las pocas que soy capaz de darles. Ahora bien, cuando uno ha hecho lo mejor que ha podido, y estoy seguro de que eso es mejor que lo que muchos están dispuestos a esforzarse por hacer, por más que diste mucho de lo mejor que podría hacerse, al final desea concluir el asunto mandándolo a la imprenta. Supongo que muy pocos han dedicado alguna vez tantos esfuerzos a la traducción como yo, aunque desde luego no para ser literal. Sin embargo, una obra tiene que vivir a toda costa, con una inyección de la propia y peor vida en el caso de que no uno no sepa retener la mejor del original. Más vale un gorrión vivo que un águila disecada.

Su libérrima traducción de los Rubaiyat, que orientalizó el Oriente al gusto de la Gran Bretaña decimonónica, tuvo una grandísima influencia cultural, hasta al punto de convertirse en uno de los poemas más conocidos del canon victoriano e incluso de la literatura británica.




Según cuenta Ethel Munro, su hermano extrajo el pseudónimo con que se hizo famoso de la versión fitzgeraldiana de los Rubaiyat. La tenue crítica a la boga orientalista contenida en el relato podría considerarse, en cierto modo, como una revisión por parte de Hector Munro de su propio pasado sakiano.


Fuentes:
MUNRO, Ethel, «Biography of Saki», en Hector H. MUNRO (Saki), The Square Egg, Londres, John Lane, 1924.
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.
WRIGHT, William Aldis, Letters of Edward FitzGerald, 2 vols., Londres-Nueva York, MacMillan and Co., 1894.

lunes, 19 de abril de 2010

Alicia y las guerras

En 1900, dos años y medio después de la muerte del reverendo Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), Hector Munro y Francis Gould empezaron a publicar en The Westminster Gazette su peculiar versión de las aventuras de Alicia, The Westminster Alice (1902).




Casi coincidiendo con ella, en 1903, se rodó la primera adaptación cinematográfica de Alicia en el país de las maravillas. Dirigida por Percy Stow y Cecil M. Hepworth, se trataba de una película bastante larga para la época, unos doce minutos, de los que sobreviven ocho en no demasiado buen estado.





En Alicia en Westminster, el principal objetivo de las críticas de Saki y Gould fueron el gobierno de Robert Cecil (1839-1903), tercer marqués de Salisbury, y su desastrosa conducción de la guerra de los Bóers (1899-1902).




El conservador Salisbury ganó las elecciones generales de 1900, las llamadas «elecciones caqui», gracias a su postura claramente imperial y partidaria de la guerra en Sudáfrica. Su gobierno llegó a ser conocido como Hotel Cecil, por la gran cantidad de familiares que lo integraban.

     El Lirón se despertó y empezó a hablar como si hubiera estado despierto todo el tiempo...
     —Érase una mujer que vivía en un zapato...
     —Ya sé —dijo Alicia—: tantos hijos que tenía, no sabía colocarlos.
     —Nada de eso —dijo el Lirón—, te falta por completo el don de la imaginación. Los colocó a todos en el Tesoro, en Asuntos Exteriores, en los Departamentos de Industria y Comercio y en toda clase de sitios increíbles donde podían aprender cosas.




Los episodios de la serie Alicia en Westminster fueron los primeros textos de Munro firmados con el pseudónimo Saki. De modo paradójico, una guerra, la de los Bóers, vio el nacimiento de Saki-Munro y otra, la Gran Guerra, acabó con Munro-Saki. Entre ambas, se produjo la muda del dandy en patriota.

Las parodias e imitaciones de Alicia no se han suscrito a momentos concretos, puesto que proliferaron ya en vida de Carroll y no han dejado de aparecer desde entonces. Sin embargo, las dos guerras mundiales fueron momentos especialmente propicios para ellas, como generadas por el mismo impulso que llevó a Saki a producir la suya.




En 1914, Horace Wyatt publicó, con ilustraciones de W. Tell, Malice in Kulturland, que comenzaba de este modo su particular versión del poema «Jabberwocky»:

Twas dertag, and the slithy Huns,
Did sturm und sturgel through the sludge;
All bulgous were the blunderguns
And the bosch bombs outblundge.




Y, en 1939, James Dyrenforth y Max Kester publicaron, con ilustraciones de Norman Mansbridge, Adolf in Blunderland, donde el «Jabberwocky» comenzaba así:

Twas danzig and the swastikoves
Did heil and hittle in the reich.
All the nazi were linden groves,
And the neu-raths julestreich.


Fuentes:
BROOKER, Will, Alice's adventures: Lewis Carroll in popular culture, Nueva York, Continuum, 2004.
DYRENFORTH, James, y Max KESTER, Adolf in Blunderland: A Political Parody of Lewis Carroll's Famous Story, il. Norman Mansbridge, Londres, Frederick Muller, 1939.
MUNRO, Hector H. (Saki), Alicia en Westminster, ed. Juan Gabriel López Guix, Bardelona, Alpha Decay, 2009.
WYATT, Horace, Malice in Kulturland, il. W. Tell, Londres, The Car Illustrated, 1914.

lunes, 12 de abril de 2010

Amanecer sobre el Brahmaputra

En varios lugares de los cuentos de Saki se menciona la ceremonia imperial del durbar. La palabra procede del persa y quiere decir «corte». En el imperio mongol hacía referencia a las recepciones del emperador con sus príncipes y nobles vasallos. En el Raj británico, se celebraron en diversas ciudades indias durante el siglo XIX como acto de afirmación del dominio colonial. En 1877, por ejemplo, tuvo lugar uno Delhi, la antigua capital mongol, con motivo de la proclamación de la reina Victoria como emperatriz de la India. También en Delhi se celebraron las ceremonias para anunciar las coronaciones de Eduardo VII (1903) y Jorge V (1911), aunque sólo al segundo asistió personalmente el monarca reinante. Con motivo de la coronación de Jorge VI se proyectó un nuevo durbar (1937), pero la situación en Europa y la oposición del Congreso Nacional Indio desaconsejaron la celebración del evento. Los acontecimientos históricos posteriores lo convirtieron en intempestivo: la India proclamó su independencia en 1947.


El durbar que tuvo lugar el 12 de diciembre de 1911 superó en fastuosidad a todos los anteriores. Asistieron más de 80.000 personas: unos 10.000 invitados principales, 20.000 soldados (entre ellos, más de un centenar de supervivientes del Gran Motín de 1857), 50.000 espectadores y, por supuesto, los reyes emperadores. El acontecimiento quedó registrado en una de las primeras películas en color de la historia del cine, With Our King and Queen Through India, rodada por Charles Urban (1867-1942) con el sistema Kinemacolor inventado por George Albert Smith (1864-1959). Gracias al cinematógrafo («el moderno elixir de la vida», como fue llamado), Urban realizó ese año una serie de películas sobre la realeza británica que alimentaron eficazmente la causa de la exaltación imperial. Por desgracia, apenas quedan rastros de las producciones hechas con el sistema de colores naturales Kinemacolor. De With Our King and Queen Through India se descubrió en el 2000 un fragmento de unos diez minutos en un archivo estatal de Krasnogorsk (Moscú). Muestra un desfile de tropas que tuvo lugar en Badli-ki-Sarai, después de la ceremonia principal.


Para completar la magnificencia, se le encargó a sir Edward Elgar (1857-1934) la composición de una «mascarada imperial», The Crown of India. De esta obra, Elgar extrajo luego unas partes para crear una suite, la opus 66 [enlace de Spotify].

Saki tampoco quedó al margen de las celebraciones. En el cuento «Himno final» («Recessional»), Clovis Sangrail compone en un baño turco una oda que conmemora el durbar de 1911. El poema se inicia con la dispersión de los asistentes (un recessional es un himno que se canta en la liturgia anglicana mientras el clero y el coro se retiran al final del oficio) y, al parecer, contiene la descripción de un amanecer sobre el río Brahmaputra (y quizá de buena parte de las joyas de la corona imperial):

El Oriente ambarino por la aurora besado,
teñido de amatista y sanguino damasco,
sobre bosques de mangos de un esmeralda tenue
flota en una calima de malva opalescente,
mientras trazos de loros la neblina realzan
de grana, calcedonia y también crisoprasa.

Podemos también tener en cuenta que el poema comparte el mismo título que la oda escrita en 1897 por Rudyard Kipling (1865-1936) con ocasión del sexagésimo aniversario de la coronación de la reina Victoria (1819-1901), el Jubileo de Diamante:

Dios de nuestros padres, de antaño adorado,
Señor del lejano frente de batalla
bajo cuyo poder salvaguardamos
nuestro dominio sobre el pino y la palma.
Señor Dios de las Huestes, no ansies marchar,
para no olvidar, para no olvidar.

Todas estas alusiones no hacen más que reforzar la habitual iconoclasia de Clovis.


Fuentes:
Coronation Durbar, Delhi 1911. Official Directory with maps, Calcuta, Superintendent Government Printing (India), 1911.
MCKERNAN, Luke, «Kinemacolor, royalty and the Delhi Durbar», Film History, 21, 2 (2009).
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.
Punch; or The London Charivari, 13 diciembre 1911.

lunes, 5 de abril de 2010

Poesía y ambigüedad

En el cuento «Himno final», publicado por Saki el 8 de julio de 1911 en The Westminster Gazette y ese mismo año en Crónicas de Clovis, Clovis Sangrail y Bertie van Tahn discuten de poesía en un baño turco de la calle Jermyn, en el elegante West End de Londres. En dicha calle existían en 1911 dos baños turcos: en el número 76, el Hammam; y, en el número 92, el recién inaugurado Savoy.


Los baños turcos fueron introducidos en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de sus mayores valedores fue el viajero, escritor y diplomático David Urquhart (1805-1877). Urquhart, que había luchado en la guerra de independencia griega (donde resultó gravemente herido en el asedio de Scío), acabó seducido por la cultura y la civilización turcas. En 1835, fue nombrado secretario de la embajada británica en Constantinopla, aunque su actitud abiertamente turcófila le supuso la destitución un par de años más tarde. Escribió entonces The Spirit of the East (1938), un encendido elogio de la sociedad tradicional turca y de su religión. Y, en un impulso que combinaba turcofilia y reforma social, no cejó en sus campañas en favor de una alianza turcobritánica (y en contra de la influencia de Rusia), de reformas internas para dotar de mayor poder a las autoridades locales y de cambios en la política comercial británica.


Logró un escaño conservador en las elecciones generales de 1847, pero al año se cansó de la vida parlamentaria y partió de viaje a España y Marruecos. En 1849, visitó el Líbano. Abogó por la no intervención de las potencias europeas en la inminente guerra de Crimea (1853-1856). Sus posiciones rusófobas le hicieron entrar en contacto con Karl Marx, quien sentía una profunda animadversión por la Rusia zarista. En 1854, tuvo incluso una entrevista con él y lo alabó diciéndole que sus «artículos parecían escritos por un turco». Al parecer, Marx respondió que él era un revolucionario alemán y sacó la conclusión de que se encontraba ante un lunático. Sin embargo, los apuros económicos, le hicieron aceptar dos años más tarde el encargo de escribir una serie de artículos para la prensa urquhartista, The Sheffield Free Press y luego The Free Press de Londres. Algunos de ellos se recopilaron póstumamente  (1899) con el título Historia de la diplomacia secreta en el siglo XVIII.

A partir de 1857, Urquhart se entregó a la causa del derecho internacional. En 1864 abandonó Gran Bretaña por razones de salud y se estableció en Montreux y Niza. Murió en 1877 en Nápoles, camino de Egipto. Su reputación como gran experto en asuntos turcos no se vio beneficiada por algunas excentricidades, como la campaña para abolir el apretón de manos y sustituirlo por el saludo tradicional turco. Sin embargo, con el baño tuvo más suerte. En su libro de viajes por España y Marruecos, The Pillars of Hercules (1850), dejó escrito: 

La suciedad es al cuerpo lo que el error a la mente; por lo tanto, si queremos utilizar nuestra razón en relación con lo primero, debemos seguir un criterio de limpieza como seguimos un criterio de verdad; no podemos depender en ello del capricho ni de la razón. Debemos buscar una norma verificada por una larga experiencia y establecida desde tiempos antiguos: este criterio es el baño.

El libro hizo mucho por avanzar la causa del baño turco. A partir de la década de 1850 se crearon baños en diversas ciudades británicas. La boga orientalista se vio reforzada por las voces que pedían una reforma de las condiciones de higiene imperantes. Según se afirmó, los baños tranquilizaban el sistema nervioso, curaban todo tipo de enfermedades, acababan con las impurezas de la sangre y equilibraban los humores del cuerpo. De ese modo, el intercambio cultural entre el Londres victoriano y el Estambul otomano cristalizó de forma fructífera en la inauguración en 1862 del primer baño turco en la capital británica, el elegante y exclusivo Hammam de Urquhart, aprovechando el edificio del hotel Saint James, la última residencia de Walter Scott en Londres. El lugar ya no existe: quedó destruido en 1941 durante el Blitz londinense.




Concebidos como un lugar público dedicado a la limpieza y relajación del cuerpo, los baños turcos se convirtieron hacia finales del siglo XIX —a medida que declinaban las expectativas acerca de sus milagrosas capacidades curativas— en un espacio de ambigüedad y deseo homosexual. Según escribe John Potvin,

¿Cabe sorprenderse de que en el último cuarto del siglo XIX —un período marcado por la segunda generación de teóricos, que distanciaron la práctica de sus orígenes turcos— los varones homosexuales se apropiaran en todas partes de los baños de estilo oriental en tanto que espacio clandestino para el deseo, la visión erotizada y los encuentros sexualizados? Dado el modo en que la ambigüedad moldeaba la experiencia visual y somática de esos baños, el continuum homosocial se vio cada vez más amenazado por la naturaleza misma de las prácticas legítimamente ejecutadas. Dicha apropiación no constituye además ninguna sorpresa teniendo en cuenta la forma en que el espacio invitaba a la homosociabilidad masculina y la celebraba. Aunque construidos bajo el pretexto de la salud, la proximidad física y visual de los clientes unos con otros y con los empleados trascendía la cultura corporal de límites públicos normativos. Es más, presentaba el espacio público compartido por el mismo sexo como homoerótico (un deseo que amenaza la santidad e integridad de lo homosocial); y con ello se afirma el poderoso argumento de que el cuerpo posee una relación precaria con la arquitectura y anima el espacio en tanto que potencialmente ambivalente y ambiguo.

En uno de esos espacios cargados de ambigüedad y ambivalencia transcurre la discusión poética entre Clovis y Bertie. Como en algunos otros lugares de sus cuentos, Saki bordea, sin cruzarla, la frontera del homoerotismo.


Fuentes:
KANDELA, Peter, «The rise and fall of the Turkish bath in Victorian England», International Journal of Dermatology, 39 (2000), pp. 70-74.
POTVIN, John, «Vapour and Steam. The Victorian Turkish Bath, Homosocial Health, and Males Bodies on Display», Journal of Design History, 18, 4 (2005), pp. 319-333.
URQUHART; David, The Pillars of Hercules; Or, A Narrative of Travels in Spain and Morocco in 1848, Londres, Richard Bentley, 1850.